LA META ES LLEGAR A LA META

26 de Marzo de 2013
LA META ES LLEGAR A LA META
El domingo 17 de marzo, casi setenta intrépidos nadadores se dieron cita para recorrer los 21 km de río que unen Villa Urquiza con Paraná. Diez alegres viajeros arribamos a la litoraleña ciudad - cinco nadadores y los otros cinco que acompañarían a cada nadador en los botes dispuestos por la organiz

 

 imagen Por Victoria Bredeston | ver perfil
Swimmers 

Después de un sábado espectacular de sol y de una noche estrellada, el domingo amaneció feo y frío. El cielo estaba nublado, la temperatura inferior a los 20°C. y con viento, que no sabemos a qué velocidad pero la suficiente para mantener las banderas horizontales. Para cuatro de los cinco nadadores, ésta era nuestra primera vez en una carrera que se presentaba como un desafío inmenso. Tati, la experimentada del grupo, lucía cierta expresión de relajación que no podíamos imitar. El gigante color de león estaba encrespado por efecto del viento y nuestras ilusiones de placer y disfrute iban estrujándose a medida que las horas pasaban y las condiciones meteorológicas se acentuaban. La jornada también se presentaba dura a consecuencia del frío reinante para los cinco acompañantes que harían la travesía con nosotros sentaditos en los botes.

LA META ES LLEGAR A LA META

Aprovechamos para comer algo en el ínterin que se produjo cuando los acompañantes con las provisiones y todos sus petates fueron llevados rumbo a Villa Urquiza. Apareció, como por arte de magia, un inmenso bowl repleto de fideos, del cual no pudimos dar debida cuenta. Quedó holgadamente la mitad y con toda ingenuidad se lo ofrecimos a los perros del club pero ni siquiera lo olieron; ninguno de ellos atisbó a cambiar su dieta de restos de carne asada por fideos.
El trayecto río arriba lo hicimos en bus y al llegar a destino, nos encontramos con nuestros acompañantes y con los boteros reunidos alrededor de lo que evidentemente fue un asado compartido con vino y todas las de la ley. La playa de Villa Urquiza parecía “La Bristol” con la multitud allí convocada, ya que también había curiosos. La largada se demoró bastante y también por imprudencia e impaciencia de los nadadores esperamos al menos quince minutos dentro del agua helada. Y por fin llegó el ansiado cañonazo alrededor de las 15:45 hrs. y salimos presurosos.
Yo no había logrado ver, desde la largada, a María mi compañera y su bote. Pero sabía que ellos me encontrarían. Primero, debíamos enfrentar un tramo de unos cuatrocientos metros paralelos a la costa y luego, donde estaba la boya indicadora, cruzar el río hasta la costa opuesta. Simple - al menos eso parecía. Ya antes de llegar a la boya, pude divisar a María con el “helperstick” de swimmers al acecho, en una canoa blanca y naranja, con un botero corpulento y de pelo en pecho, sombrerito a lo tanguero y camisa a cuadritos desabotonada; y un niño - el hijo del botero deduje - que se mostraba bastante interesado. Al empezar a cruzar, me encontré con mi bote y mi compañera María sentadita y quietecita con cierta expresión, mezcla de susto e incomodidad.
Y vamos a cruzar el río, cruzamos, cruzamos, cruzamos. ¿Hay que seguir más? ¿No se termina nunca el cruce? ¡Qué raro esto! - pensamientos así me martillaban la cabeza, no entendía muy bien hacia dónde estaba yendo pero confiaba en mi botero.
A la hora, más o menos, paré. Me tomé el gel, el agua que mi amiga María gentilmente me alcanzó y le inquirí al botero quien me tranquilizó con su explicación; además, veía que los demás nadadores y botes estaban por las inmediaciones.
Volví a arremeter con la ilusión de llegar a las torres pero aún seguíamos perpendicular; ¡Ay! ¡Qué calambre! Me quedaron el pie y la pantorrilla duros y un desánimo inmenso me invadió. Floté vertical, hice la plancha y arranqué de espalda pensando que si usaba los opuestos por ahí conseguía vencer al calambre; y en un momento pasó pero quedó una sombra, un rastro de calambre amenazante que me inhibía. ¡Al fin nos poníamos a nadar a lo largo del río! esto renovó mis esperanzas cuando ¡zas! otro calambre más. En este ínterin, María aprovechó para informarme que había caído un chaparrón y que se habían mojado completamente. Esto, ella no lo había previsto y por eso no tuvo con qué hacerle frente al agua; pero aún con frío y mojada, no emitió queja alguna. Ante tanta hidalguía, opté por ignorar mi malestar. Ahora tenía las torres ahí adelante, cerca, pero se escapaban, no lograba llegar y ya sabía que hacía más de una hora que estaba nadando. ¡Qué larga!
Pero todo llega y las torres llegaron y quedaron atrás y... ¡no, otra vez no! Otro calambre pero ahora en la otra pierna - como para repartir y emparejar. A esta altura, María ya estaba mostrando preocupación por mi estado y yo estaba completamente desenfocada. Pero el puerto se veía cerca, la maratón estaba a un paso del final, había que poner el cuerpo en acción. ¿Pero qué es eso? Están encendiendo las luces de la ciudad, ¿Qué hora será? ¿Cuánto hace que estoy en el agua? Papá, en la orilla ha de estar preocupado. Creo que debo de ser la última. No veo a nadie por ninguna parte.
¡Ya está! ya pasamos el puerto y ahora a darle sin parar hasta tocar el pontón. Cuando casi estaba llegando a la meta oí voces de aliento y que gritaban mi nombre; y ahí estaban mi amiga Sonia y Roberto calados de frío solo para verme llegar. Toqué la meta, me pude parar y andar - tenía mis dudas al respecto. Luego de tanto frío, el aire me resultaba cálido; después, se sumaron los abrazos y felicitaciones de los compañeros. Mi papá bregaba vehementemente por que me abrigara, yo ya estaba insensibilizada a la temperatura pero no podía desatender su preocupación y rumbeé a las duchas.
Mis compañeros - todos ya habían arribado bastante antes que yo - estaban muy satisfechos con su desempeño. Por esas cosas del destino, no fui la última del pelotón: hubo un par que salvaron mi honor. Pero debo confesar que sobreestimé mi potencial o subestimé el desafío. Fue una carrera agotadora. En la premiación, las dos mujeres del grupo hicimos podio. La sorpresa y la satisfacción por este hecho allanaron todos los males pasados.
A la noche nos reunimos a comer y a celebrar. Acompañantes y nadadores compartimos una especie de embelesamiento por el río que nos henchía de felicidad por haber vencido el desafío, felicidad por habernos sumergido en esas aguas para salir con una pizca de su grandeza en nuestros corazones.
¿Volveremos? Sin dudas. Quizás invirtamos los roles, quizás no.

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