HAY QUE BRACEAR Y NUNCA PARAR DE RESPIRAR

20 de Diciembre de 2012
HAY QUE BRACEAR Y NUNCA PARAR DE RESPIRAR
En la segunda carrera de aguas abiertas de la temporada 2012, celebrada el 11 de noviembre en el riacho San Pedro, el buen clima estuvo esquivo a la competencia de 7 Km, que transcurrió sin sobresaltos para los 450 nadadores, a pesar de una largada desordenada y caótica.

 

 imagen Por Verónica Morano | ver perfil
Swimmers 

Creo que la entrada en calor en el brazo que desemboca en el riacho San Pedro antes de comenzar la segunda competencia de la temporada en aguas abiertas fue una luminosa idea del organizador, que celebramos todos. No sólo nos dio una medida exacta de la temperatura del agua en un día fresquísimo y nublado, sino que nos permitió anticipar que la corriente arremetía interesante.

La entrada al camping donde se desarrollaría la competencia de nado no era apta para desesperados. Una extensa cola de kilómetros de autos nos expulsó a todos los nadadores de los vehículos para realizar el recorrido restante a pie. Atravesamos la arena que rodea al río, una sensación de lo más placentera para los que pateamos a diario el asfalto. Más allá de la pereza del sol por asomar y las nubes acechantes, el predio con playa predispone al mejor de los ánimos para los habitantes de ciudades superpobladas.

HAY QUE BRACEAR Y NUNCA PARAR DE RESPIRAR

Hicimos la cola para llegar a tiempo a entregar el apto médico y extender ambos brazos para ser tatuados con el número de nadador inscrito con el trazo de un indeleble grueso.

El stand de productos de natación Swimmers aguardaba en la larga fila de autos para poder descargar cajas plásticas con los insumos bien ordenadas por talle y color. El resto de los que íbamos llegando acomodamos nuestras pertenencias próximas a la parrilla donde degustaríamos el asado que nuestro compañero Rober nos prepararía al término de la carrera, no bien salía del río, sin baño reparador mediante. Mientras él nadaba, algunos buenos acompañantes mantendrían el fuego y descongelarían la carne que lamentablemente había alcanzado los cero grados.

No medió mucho margen entre el arribo al camping y la subida a los cómodos micros que nos llevarían hasta la largada. Algunos alcanzaron a llevar el protector solar y la vaselina dentro del ómnibus superpoblado. La sensación de estar semidesnudos en un colectivo es moneda corriente para los nadadores, pero visto de abajo, mientras el semáforo da luz verde al peatón, se presta a cualquier sospecha poco decorosa.

Compartimos chistes, los miedos de siempre, los desatinos de las mallas que dejan demasiado afuera, las risotadas nerviosas y un listado de temas musicales alistados en birome sobre mi palma izquierda. Como no tengo un dispositivo para escuchar música en el agua, siempre buceo en mis recuerdos en busca de temas para cantar mientras nado. Desafiando mi falta de memoria, esta vez recurrí al viejo recurso utilizado antaño para las pruebas. Juré que no pararía mi ritmo para leerlos, pero si resultaba imprescindible para motivarme, lo haría.

Superado el escozor del agua helada, algunos competidores eran casi arrastrados por la corriente y pedían a gritos la campana de largada, mientras que otros no terminaban de acomodarse en la empinada bajada al río. Nadadores que compiten por algunas céntimas de segundos en los 7 Km de recorrido quedaron mezclados con novatos y otros más experimentados, quienes nos alegramos más por el asado que por el desafío deportivo. O, más bien, el desafío deportivo nos invita a sentirnos plenos y libres para comer como si fuese la última oportunidad en el mundo.

En esa gran mezcla de intereses, objetivos y performances nos encontramos todos con la proa hacia el destino, con el grave desatino de sentirnos sardinas enlatadas. A diferencia de la largada organizada por categorías y sexo, aquí el organizador optó por no perderse en las complejidades del orden necesario, una experiencia digna de corregirse. Las extremidades del de adelante chocaban de manera permanente con mi cabeza, panza y brazos. Moverse se tornaba imposible y pretender evitar los golpes, parando a cada metro, una idea inalcanzable. Entre los golpes y el agua que comencé a tragar, me agité por demás prediciendo que ese punto de partida era una mala señal del día. Transcurridos 15 minutos sin poder despegarme de los nadadores que tenía a mi alrededor, veía cómo todos me iban pasando. Me distraje en busca de los botes por temor a necesitarlos de un momento a otro.

Se me hizo muy difícil tomar un ritmo propio porque la situación me desconcentró, mi enojo flotó paralelo y me preguntaba por qué era tan difícil hacer las cosas ordenadas y fáciles para todos. Ningún nadador –salvo el grupo elite que corría adelante, solo, y clasificaría igual que cualquier mortal- podía estar sacando ventaja en ese cardumen enfundado en coloridas antiparras.
No sé si fue el orgullo o la colaboración de Calamaro entonando “Flaca” en mi cabeza, pero tomé coraje y empecé a bracear, como la canción de Los Brujos. La corriente era intensa y recordé en todo momento mantenerme en el centro del río. Me servía la referencia de los boteros, especialmente el amarillo que remaban Virgi y su novio.

Traté de recuperar el tiempo perdido en la largada, pero temía estar consumiendo mi energía de manera poco sostenible. Tenía en mi campo visual a un poco amistoso sexagenario de gorra amarilla, quien se había ocupado con saña de librarse de mí a pura fuerza de patada al comienzo de la carrera. Me juré perseguirlo, pero no agotar mis recursos en metas negativas.

Luego apareció otro acompañante de nado de quien no podía despegarme. Mientras el acercamiento parecía amigable al comienzo, sus aproximaciones dejaron de serlo para pasar a sentir la amenaza de un salame que quiere ganar a cualquier precio. A mi derecha pasó un hombre con neoprene, un elemento que me hace pensar en la falta de garra de algunos para estos menesteres. Pero no me distrajo lo suficiente como para dejar de sentir el maltrato a mi izquierda. Ante la insostenible situación paré, me descargué en tres idiomas para expresarle toda mi antipatía a los gritos, y seguí viaje.

Quizás fue el enojo, o los acampantes de turno a la vera del río, o los acompañantes que van siguiendo la carrera, o los que nos alientan por la aventura que implica sacarlos de su letargo, pero la fuerza final apareció junto con el cansancio. Los ojos estaban alertas a la primera señal de un elemento inflado de color flúo que marcaría la llegada. En busca del barco anunciado en la charla previa, que no llegaba a divisar aún, nadé con gran esfuerzo sobre el final. La pelea cuerpo a cuerpo me mantuvo entretenida, pero ya había tomado distancia del competidor ajeno al fair play.

La corriente se hacía notar menos, pero por suerte el cuerpo alcanzó el punto cúlmine de cansancio al divisar la llegada a lo lejos. La mente descansa de la búsqueda de la victoria y el cuerpo aprieta el acelerador. Levanté la cabeza en cada brazada los últimos 300 metros, pero aun así no llegaba a entender que se había formado una fila en el agua que giraba desde el centro del río hacia la orilla de la derecha. Me llevé por delante la soga en el agua hasta que encontré la ayuda de quien se ocupa de poner a los nadadores de pie luego de tanto esfuerzo.

Un placer encontrar que el césped acaricia los pies en la llegada, antes de que aparezcan los abrazos de otros compañeros que sonríen por compartir el desafío fructífero, o los familiares que acompañan todo el año el desafío de cada día. Después de tanto esfuerzo, el afecto es lo único que cuenta en esta o en cualquier otra historia.

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-Para sorpresa de todos, las naranjas y duraznos sampedrinos esparcidos sobre la mesa de refrigerio al término de la carrera resultaron desabridos y poco jugosos. Los vasos de agua tampoco fueron un deleite para los paladares ansiosos de sabores que pudieran enjuagar el sabor del río en el paladar.

-Destacable la permanente limpieza de los baños del camping para higienizar un ambiente que se mantuvo toda la tarde a pleno uso.

-El tiempo transcurrido entre la llegada de la carrera larga y la premiación fue suficiente como para degustar a pleno cada pieza de carne y hasta los vegetales asados para los compa que piensan en el pobre animal vivo antes de engullir un trozo a punto.
Notables y deliciosos los morrones asados con huevo y queso, una lujuria que lamentablemente pocos nadadores de la carrera pudieron saborear. Se dice que están construyendo un monumento a Rober por la zona capitalina de Almagro.

-A tener en cuenta la adquisición de un micrófono digno que permita escuchar a los premiados cuando el organizador los llama al podio. Una falla técnica que deslució la fiesta, pues el esfuerzo para estar atentos a los aplausos propios y ajenos resultó una tarea ímproba.


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